"Cuando una persona empieza a tener conflicto con la realidad, puede acabar teniendo un problema de salud mental"

"Cuando una persona empieza a tener conflicto con la realidad, puede acabar teniendo un problema de salud mental".
Así se expresaba recientemente el Dr. José Cabrera Forneiro, psiquiatra forense español y colaborador habitual en medios como Cuarto Milenio o COPE, en un vídeo publicado en YouTube Shorts (1). Aunque se refería al actual presidente del Gobierno, la reflexión puede ampliarse a otros perfiles de poder que, alejados de los hechos, acaban instalados en una narrativa propia, impermeable a toda crítica y rodeada de justificaciones.
¿Y si no hablaba solo de él?
Porque lo cierto es que esa frase describe con pasmosa exactitud un fenómeno inquietante: el de quienes, cegados por su propia versión del mundo, terminan viviendo en una realidad paralela. Una realidad hecha a medida, donde todo confirma sus creencias y toda disidencia se percibe como agresión.
Realidad paralela con plaza fija
En ese mundo parece habitar desde hace años el catedrático de Literatura Juan Antonio Ríos Carratalá, que ha convertido su producción académica en un relato cerrado sobre la Guerra Civil y la posguerra, donde no hay contexto ni matices. Solo buenos y malos. Fascistas y demócratas. Y, por supuesto, él en el lado luminoso de la historia.
El problema no es solo el reduccionismo ideológico. Es que cuando ese enfoque se aplica a personas concretas —como mi padre, Antonio Luis Baena Tocón, a quien ha atribuido falsamente funciones judiciales que jamás tuvo— el asunto deja de ser académico y se convierte en una agresión a la verdad, al honor y a la justicia.
Y lo más inquietante: cuando un juez lo condena por difundir información falsa, no rectifica. No reflexiona. Se presenta como víctima de censura y mártir de la libertad académica. Como si la realidad fuese el problema y no sus interpretaciones.
¿No es eso lo que el Dr. Cabrera llamaba “conflicto con la realidad”?
Hace poco, en un análisis y entrada previa “Hubris en el poder: de Moncloa a la universidad”, otro psiquiatra forense, José Carlos Fuertes, en una entrevista en el programa Espejo Público de Aantena3 —tras revisar los rasgos conductuales y públicos del presidente del Gobierno— planteaba con claridad que podría estar afectado por el síndrome de hubris: un trastorno de la personalidad vinculado al poder, que genera un ego inflado, desprecio por la crítica, aislamiento ideológico y pérdida de contacto con la realidad compartida.
La pregunta inevitable es: ¿puede trasladarse ese mismo patrón a figuras del ámbito académico?
En el caso de Ríos Carratalá, muchos de los rasgos están ahí:
– Rechazo absoluto de toda corrección, incluso judicial.
– Victimismo como escudo.
– Moralismo selectivo.
– Supremacía de su relato por encima de los hechos.
– Necesidad de exposición y control del discurso.
Y lo más preocupante: una narrativa cerrada que no evoluciona, no escucha, no reconoce error y castiga al discrepante como si de un traidor se tratara.
¿Ideología rígida o delirio funcional?
Historiadores, sociólogos, médicos e incluso otro psiquiatra forense con quien he compartido este caso en detalle coinciden: no basta con decir que es ideología. Los que no somos expertos en salud mental, estamos notando desde hace años que la actitud observada en este señor no es normal y sospechamos que padece algún trastorno psicopatológico… No son opiniones gratuitas. Lo que hay es una estructura de pensamiento que roza lo obsesivo, que confunde militancia con análisis, y que daña a personas reales a las que instrumentaliza para reforzar una cruzada moral.
No se trata de patologizar la disidencia, sino de advertir lo que ocurre cuando el poder académico —como el político— se encierra en su torre de certezas y convierte toda crítica en enemigo.
Y eso, aunque venga firmado con letras universitarias, no deja de ser un modo más sutil de alienación.
Conclusión
La salud democrática también se resiente cuando quienes deberían ayudar a comprender el pasado deciden manipularlo.
Porque cuando alguien se aleja tanto de los hechos que solo admite una versión —la suya—, ya no estamos ante libertad de cátedra, sino ante un monólogo ideológico con pretensiones de ciencia.
Y cuando ese monólogo difama, hiere o falsea —como ha ocurrido con mi padre—, el problema no es solo intelectual. Es ético. Y, como advirtió el Dr. Cabrera, puede incluso ser clínico.
Crea tu propia página web con Webador