Algunas muertes no terminan con la última bala. Hay quienes mueren una vez, y quienes mueren tres veces: cuando les arrebatan la vida, cuando los entierran sin nombre, y cuando su historia es tergiversada por quienes escriben desde el poder simbólico.
Francisco Baena Jiménez murió la primera vez en 1936, fusilado por su fe y su integridad. Murió la segunda, arrojado a una fosa común. Y murió una tercera cuando fue utilizado como pieza de un relato ideológico que falsea su memoria y deshonra a su familia.

El error que no es error
El relato falso que sobrevive a los hechos: Décadas después del asesinato de Francisco Baena Jiménez, cuando la herida parecía ir cerrando al menos en la esfera íntima y familiar, una nueva forma de violencia simbólica volvió a profanar su memoria: la falsificación del relato.
En el libro Nos vemos en Chicote, el catedrático Juan Antonio Ríos Carratalá menciona a Francisco Baena como "víctima nacional", es decir, como fusilado por los sublevados franquistas. Esa clasificación, que se repite en al menos tres ediciones de su obra (2015, 2019, 2025), contradice lo documentado en el Registro Civil de Torrelaguna, los testimonios familiares, y varias fuentes digitales y académicas.
No se trata de un error casual. Se trata de una elección narrativa: colocar a Francisco Baena del lado de los vencidos por el franquismo permite a Ríos reforzar su gran bulo, que consiste en presentar a Antonio Luis Baena Tocón —su hijo— como beneficiario del régimen, incluso como colaborador de la represión franquista.

Fuente: "Nos vemos en Chicote" (Ríos, 2015, pág 152)
Tres falsedades en dos renglones
En otro fragmento del libro, Ríos escribe que Antonio Luis Baena era "opositor, excombatiente, hijo de víctima nacional". Ninguna de esas tres cosas era cierta en ese momento:
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No era opositor cuando estalló la guerra, porque tuvo que huir y suspender sus planes.
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No fue combatiente, sino perseguido y exiliado.
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No era hijo de una "víctima nacional", sino de un funcionario republicano asesinado por milicianos republicanos.
Todo esto podía haberse contrastado. Está documentado. Pero Ríos elige no hacerlo.

Fuente: "Nos vemos en Chicote" (Ríos, 2015, pág 152)
Pero las falsedades se multiplican "con rigor académico". Hay que desacreditar a quien considera un enemigo desde su trinchera guerracivilista. Ahora se justifica diciendo que preguntó y no encontró, pues desde 2019 sigue insistiendo y publicando las mismas falsedades y Antonio Luis Baena se licenció en Derecho en Junio de 1936 y si "el ejército de la Victoria contrataba personal al margen de cualquier requisito legal", a mi padre no lo contrataron para que hiciera el servicio militar que tenía pendiente y lo del requisito legal sería con otras personas, no en este caso, por mucho que se empeñe...

Fuente: "Nos vemos en Chicote" (Ríos, 2015, pág 154)
Un relato ideológico con fines personales
La justicia habló, pero el bulo sigue. En 2025, una sentencia judicial en primera instancia y que se espera se confirme en la Audiencia Provincial, condenó a Ríos Carratalá por intromisión ilegítima en el derecho al honor de Antonio Luis Baena Tocón, por afirmaciones falsas y sensacionalistas. Se le ordenó rectificar. Pero ni siquiera eso le llevó a revisar otras afirmaciones erróneas, como la condición de "víctima nacional" aplicada a Francisco Baena.
Ríos no ha investigado con rigor. Ha escrito desde una posición ideológica, proyectando un relato político que necesita convertir en "franquistas" a quienes no lo fueron, para sostener una caricatura maniquea.
Fuentes:
Sentencia del Juzgado de Primera Instancia de Cádiz (2025).
Publicaciones en Todoslosnombres.org, serhistorico.net, www.antonioluisbaenatocon.es.
La tercera muerte, la más cruel: la del honor
Hay quienes mueren solo una vez. Pero otros, como mi abuelo, mueren tres veces:
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La primera, cuando le arrebataron la vida en una capilla por no colaborar con el odio.
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La segunda, cuando lo arrojaron a una fosa sin nombre.
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Y la tercera, cuando un académico con más prejuicio que rigor lo utilizó para reforzar un relato ideológico.
La primera muerte fue inevitable.
La segunda fue reparada con esfuerzo y amor familiar.
Pero la tercera aún hoy se niega a desaparecer, disfrazada de autoridad intelectual, amparada por el silencio cómplice de quienes prefieren una memoria falsa si encaja con su visión del mundo.
Lo mataron por no colaborar con el odio. Lo enterraron sin nombre. Y luego, cuando la familia intentaba recordar con dignidad, lo utilizaron para fabricar un relato ajeno a la verdad. Esa es la tercera muerte: la del honor.
Y sin embargo, aquí estamos, escribiendo, documentando, respondiendo. Porque la memoria no puede quedar en manos de quien falsea para vencer otra vez.
Continuará en la siguiente entrada: "Memoria justa, dignidad intacta".
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