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Título original: El asesinato de García Lorca visto por Echea
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Autor: Juan Antonio Ríos Carratalá
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Fecha: 4 de junio de 2023
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Enlace: https://varietesyrepublica.blogspot.com/2023/06/el-asesinato-de-garcia-lorca-visto-por.html
Tipo de alusión
Indirecta pero identificable: En este artículo, Ríos no escribe el nombre de mi padre, pero lo señala sin disimulo al referirse al “secretario del Juzgado Militar de Prensa”.
Ese cargo, más precisamente definido como secretario de un juez adscrito a dicho Juzgado…, lo ocupó mi padre durante una parte de su servicio militar en la inmediata posguerra. El uso de este cargo no es neutro, sino claramente acusatorio y estigmatizante, al atribuirle prácticas inquisitoriales sin prueba alguna y funciones que, según el propio Ministerio de Defensa, no correspondían a ese puesto. Es su manera habitual de actuar: lanzar insinuaciones, no nombres. Pero todos los que conocemos la historia real sabemos a quién se refiere. Y esa insinuación es tan calculada como dañina.
Fragmentos clave de la entrada
“El secretario del Juzgado Militar de Prensa hizo, a su manera, el mismo trabajo durante la inmediata posguerra, pero solo a la búsqueda de algunas pruebas aisladas con que inculpar a los procesados.” “[…] probar hasta qué punto los informes remitidos por ese secretario a veces se alejaban de la realidad documentada. La premura en la instrucción es obligatoria en los sumarísimos de urgencia y esta circunstancia suele inducir a notables errores, que en ocasiones derivan en condenas a muerte.” “Echea se hace eco de la luctuosa noticia el 10 de septiembre de 1936 y acierta cuando vislumbra hasta qué punto la sombra de esa muerte hará célebres a sus asesinos…” “La alternativa, mucho menos perjudicial para sus intereses, fue dejar morir al poeta de miseria en la cárcel alicantina.”
Puntos discutibles y falaces
1. Culpabilización sin pruebas
Presenta a “ese secretario” como si existieran documentos que demuestran tergiversaciones o falsificaciones, pero no muestra ninguno. La acusación queda flotando, cargada de sospecha moral, pero huérfana de prueba.
2. Doble vara de medir
En el mismo texto elogia la hemeroteca madrileña que consulta —que “le ha permitido escribir su ensayo”—, pero en otros escritos ha dicho que esa misma hemeroteca fue “expurgada” —¡por el mismo secretario!—… es decir, por mi padre. Una acusación que le resulta útil para reforzar su guion ideológico y acusador, incluso a costa de contradecirse.
3. Confusión narrativa deliberada
Mezcla la figura de Echea (caricaturista), el asesinato de Federico García Lorca, la detención de Miguel Hernández y la figura del secretario para crear un clima emocional donde se “sabe” quién es el villano aunque no se diga. Esa mezcla de ‘churras con merinas’ es un recurso retórico que sitúa implícitamente a mi padre del lado de los verdugos de poetas. No es un recurso historiográfico, sino un mecanismo de manipulación discursiva.
4. Bando bueno vs. bando malo
Se borra del mapa toda la violencia republicana (por ejemplo, el asesinato de mi abuelo, incluso cambiándolo de bando por la conveniencia de su relato). No hay una sola mención al terror republicano, ni a que también hubo víctimas, familias rotas y asesinatos brutales cometidos desde ese otro lado (objeto también de sumarios). Refuerza así el estereotipo de un franquismo sanguinario y unos republicanos benévolos. El relato es monocromo, y siempre con los mismos “malos”.
5. Sentimentalismo manipulador
La frase “dejar morir al poeta de miseria en la cárcel alicantina” está diseñada para agitar emociones y reforzar su discurso ideológico, no para informar con rigor. Afirmación falaz con lenguaje sentimental. Si el contexto fuera otro, el tono no sería tan melodramático. Este tipo de frases son las que transforman hechos complejos en relatos morales prefabricados.
Réplica narrativa: “Cuando hablan de “ese secretario”, hablan de mi padre”...
No hace falta que lo nombre para que quede claro a quién apunta. Cuando habla del “secretario del Juzgado Militar de Prensa”, está hablando de mi padre. Hubo otros secretarios, pero en la sesión judicial del 14 de octubre de 2024 llegó a afirmar que mi padre era omnipresente: “aunque no figurara su firma, allí estaba” —según su propio relato— (declaración registrada en la grabación judicial a la que dedicaré otra entrada).” . Lo hace como siempre: con frases ambiguas, acusaciones envueltas en lirismo, pero sin argumentos sólidos y para activar el marco narrativo que lleva años construyendo, pero sin un solo documento que lo respalde.
Mi padre fue secretario adscrito a un juez durante parte de su servicio militar. No eligió ese destino —aunque Ríos ha repetido en más de una ocasión que todos los que estaban allí eran voluntarios que buscaban “beneficiarse personalmente”—. No era un inquisidor con vocación de cazador de poetas. Era un joven que había estado exiliado por haber sido extremadamente perseguido con grave riesgo para su vida y que, al regresar, no tuvo más remedio que cumplir con la obligación que le impusieron. Esta circunstancia —que Ríos negará en futuras entradas suyas “con el rigor que le caracteriza”— se la podría contar a mi abuela, a mis tíos paternos, a otros familiares y personas allegadas que tanto sufrieron con ello y, por supuesto, a la memoria viva que tenemos sus descendientes (hijos y sobrinos) de lo que tuvo que padecer en Marsella antes de volver a España (“ese sufrimiento familiar no ha existido según el rigor académico de Ríos Carratalá”).
Nada de esto aparece en su relato. No interesa. Lo que sí aparece es la insinuación de que mi padre “buscaba pruebas para inculpar”, por supuesto por afición, voluntarismo e iniciativa propia según el catedrático y que “sus informes se alejaban de la realidad documentada”. Palabras vacías de prueba. Lo suyo no es demostrar, sino contar historias a medida…, con héroes y villanos asignados de antemano.
A esto se suma su ejercicio de equilibrismo: ensalza la hemeroteca que utiliza, pero acusa a mi padre de haberla manipulado. Y por si no bastara, asocia ese escenario con García Lorca y Miguel Hernández, nombres sagrados en la memoria antifranquista. Es como si dijera: “yo, que defiendo a los poetas asesinados, estoy contra los que los persiguieron”, para dotar su relato de solemnidad emocional. Y a mi padre lo sitúa, sin nombrarlo, en el lado oscuro de una escenografía que él mismo ha construido.
Mientras tanto, silencio absoluto sobre mi abuelo, republicano asesinado por republicanos por negarse a participar en el asesinato de inocentes y razones de fe. Silencio también sobre la persecución posterior que sufrió mi padre, a quien intentaron darle el mismo destino que a su padre. Esas víctimas no encajan en su guion. No hay espacio para ellas.
La frase final sobre ‘dejar morir al poeta de miseria’ es tan efectista como simplista: un golpe emocional, no un argumento histórico. Ríos Carratalá no hace historia: hace guion ideológico. Y cuando ese guion salpica a personas reales —como mi padre— sin pruebas, deja de ser historiografía para convertirse en difamación envuelta en lirismo.
Por eso, cada vez que Ríos vuelve a recurrir a la sombra de ese “secretario” anónimo, no está haciendo historia. Está construyendo un relato maniqueo, útil para su causa y rentable para su imagen pública.
Y yo no pienso quedarme callado ante esa manipulación.
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