DECLARACIÓN PÚBLICA “Cuando el autor del bulo te sigue en Facebook…”

Publicado el 7 de noviembre de 2025, 23:53

7 de noviembre de 2025

Hoy he recibido varios mensajes de Facebook y, para mi sorpresa, uno de ellos anunciaba que un señor llamado Juan Antonio Ríos Carratalá había empezado a seguirme.
Al principio pensé que se trataría de un homónimo, pero no: era el mismo catedrático de Literatura Española de la Universidad de Alicante que, en 2019 (año en el que me di cuenta), resultó ser autor de varias URLs en las que vertía falsedades más que evidentes sobre mi padre, fallecido hace muchos años.

Por esa razón me dirigí a él, pidiéndole que retirara esas publicaciones por su falta de veracidad.
Me contestó con falsa amabilidad y gran cinismo, asegurando que lo haría de inmediato y afirmando al mismo tiempo que sus textos eran “documentados y rigurosos”.
Incluso hizo gestiones para que algunas URLs dependientes de otras personas o entidades también fueran retiradas.
Las eliminó de inmediato, pero… con el tiempo se comprobó que todo aquello no fue más que una escena teatral, digna del teatrólogo que dice ser.

Era el mismo catedrático que sabía perfectamente lo que había escrito, y que no se limitaba a esas pocas direcciones, sino que llevaba muchos años viviendo del mismo relato, repitiéndolo en artículos, entrevistas, conferencias y libros.

En ellos, los documentos históricos fueron manipulados ideológicamente, y el rigor brilló por su ausencia, salvo a la hora de reescribir falsamente la vida entera de mi padre.

Cuando fue sorprendido en su propia falsedad —un bulo monumental en el que involucró a mi padre, atribuyéndole funciones que nunca tuvo y haciéndolo partícipe de un engranaje represor por el que supuestamente obtendría innumerables beneficios—, optó por huir hacia adelante, haciéndose la víctima y autoproclamándose “defensor de las víctimas”, aunque solo de aquellas que encajan en su ideología. Igualmente ha ido engrosando su “descubrimiento” con nuevos comentarios, artículos, entrevistas, publicaciones...
Ha practicado un trincherismo guerracivilista permanente, nada que ver con el estudio de la Historia, reabriendo heridas y presentando su visión parcial como verdad incuestionable.

No es historiador, aunque se autodefina como tal sin ser licenciado en Historia —algo que varios historiadores me han confirmado—.
Es un intruso en la profesión, que disfraza su fanatismo ideológico con lenguaje académico y difunde una visión sectaria y crispadora desde su puesto universitario.

Sus falsedades han sido respaldadas por colegas suyos que han preferido creerle sin contrastar nada, movidos por un corporativismo ideológico que se impone sobre la verdad y/o por el temor a ser señalados por no alinearse con el “progresismo” reinante (es decir, a ser tachados de “fachas”).
A esos mismos colegas, cuando se les pregunta por escrito o personalmente —y me he reunido con algunos—, se les cae la máscara: alegan que “no sabían”, que “creían que el proceso judicial era por otros motivos” o que “desconocían el proceso que dio lugar a la polémica”.
Pero no: fue simplemente por decir la verdad y exigir rigor donde había manipulación.

El mismo catedrático alegó falsamente que yo estaba “en contra de la libertad de expresión y de cátedra”, que quería “reescribir la historia” —cuando eso es precisamente lo que ha hecho este señor—, que “estaba a favor de la censura de épocas pasadas” o que pretendía “borrar archivos históricos”.
Y entonces aparecieron multitud de colegas en los medios que daban lecciones sobre la “libertad de expresión” (entre ellos, algún amigo mío) repitiendo que “la historia no se puede cambiar”; otros sacaron a Franco y la censura, y otros añadieron que “los archivos históricos son los que son”, con lo que estoy totalmente de acuerdo, pero no que se consideren como tales los artículos de este señor, como al parecer él los considera, por muy catedrático de Literatura Española que sea.

Nada más lejos de la realidad: jamás pedí borrar archivos ni reescribir la historia.
Me limité a pedirle a él —personalmente— que retirara algunos textos de los muchos contenedores de falsedades que él mismo había publicado.
Lo falso no se convierte en historia por estar impreso.

A partir de ahí, puso en marcha una operación mediática en su defensa: un periodista ideológicamente afín me tendió una trampa y, en pocas horas —tras un simple intercambio de correos electrónicos—, El País publicó una primera versión deformada de los hechos.
Desde ahí se propagó una cadena de titulares copiados unos de otros, a los que cada medio añadió sus propias “cosechas” —que luego han negado—, pero todas están peritadas y tienen algo en común: nadie contrastó ni un solo dato, ni conmigo ni con los archivos históricos.

El catedrático tuvo voz exclusiva; la víctima, ninguna.
(¿Quién censuró a quién?)

Ese mismo señor, con el respaldo de amigos bien situados —académica, política o económicamente—, ha convertido mi vida y la de mi familia en un calvario,
Y en ese clima de guerracivilismo alimentado desde la universidad y amplificado por los medios, no han faltado insultos y amenazas graves, ya denunciadas en parte, aparte de innumerables daño de todo tipo prolongados en el tiempo: morales, familiares, sociales, económicos, médicos, etc.

Cuando alguien me sigue en redes sociales, suelo mirar quién es.
Y entre los seguidores de este catedrático hay de todo: incondicionales formados y no formados, agradecidos porque escuchan lo que quieren oír.
A eso se le llama retroalimentación ideológica, y a él —como buen egocéntrico narcisista— le encanta difundir en su blog los aplausos que recibe.
Dudo mucho que muchos de ellos sepan realmente quién fue mi padre, salvo lo que dice Ríos Carratalá, pero ni tan siquiera quién fue Miguel Hernández.
Y si el teatrólogo es quien les da los “datos” que desean oír, entonces la desmemoria está garantizada.

Miguel Hernández, convertido en icono de la izquierda, genera pasiones y clichés.
Pero cada vez estoy más convencido de que pocos lo han leído —y mucho menos con profundidad—.
Yo sí: tengo sus Obras Completas desde hace años, y las leí sin prejuicios.

Quizá ahora no se me ocurran más cosas que decir, pero vendrán.
Mientras tanto, quien quiera conocer la verdad y los documentos que lo demuestran puede hacerlo aquí:
👉 www.antonioluisbaenatocon.es

Y muy especialmente en el blog, donde he ido respondiendo una a una a las falsedades publicadas por el profesor Ríos Carratalá en su página Varietés y República o en otros medios.
Y lo seguiré haciendo, porque en justicia se lo debo a mi difunto padre.

Declaración final

No he perseguido censura alguna ni pretendido silenciar la historia.
Solo he defendido la verdad, la honra y la memoria de mi padre, falsamente implicado en un relato ideológico que no se sostiene documentalmente.
Si eso —decir la verdad— se interpreta como una amenaza a la “libertad de cátedra”, entonces el problema no está en quien la reclama, sino en quien la utiliza como escudo para mentir.