¿TODO EL QUE DISCREPA ES FASCISTA?

Publicado el 3 de julio de 2025, 20:40

Cuando la etiqueta sustituye al argumento y el catedrático de la verdad única reparte carnés ideológicos, incluso a los muertos.

 

En una de sus últimas publicaciones, el médico y escritor Juan Manuel Jiménez Muñoz recoge con ironía una afirmación reciente de Felipe González:

"No votaré nunca más al Partido Socialista ni a ningún otro partido que haya apoyado esta barrabasada de la amnistía".

Y añade con su estilo habitual:

Maldito ultraderechista.

 

No es solo una sátira eficaz, sino también un retrato certero de los tiempos que corren: basta con disentir —aunque sea desde la experiencia, desde la historia o desde el sentido común— para que te coloquen el cartel de “ultraderecha”, “facho”, “franquista” o “enemigo de la democracia”. Incluso si fuiste presidente del Gobierno durante catorce años.
El mecanismo no es nuevo. Ya en campaña, tras las elecciones, Txiqui López hablaba del “facherío” refiriéndose alegremente a once millones de votantes que no dieron su apoyo al PSOE. Para algunos, la pluralidad democrática es aceptable solo si votas lo correcto, es decir, lo que ellos aprueban.

Y en esta dinámica del insulto fácil y la descalificación automática, destaca el caso del catedrático Juan Antonio Ríos Carratalá, Catedrático de Literatura Española de la UA, se presenta como historiador pero actúa como militante con toga académica. A diferencia de otros, él no se limita a etiquetar a los vivos: se atreve a señalar como fascistas y franquistas incluso a personas ya fallecidas. Y lo hace sin pruebas, sin respeto y, desde luego, sin derecho a réplica por parte del difamado ni de su familia.


Es el caso de mi padre, al que este señor ha utilizado como ejemplo recurrente en sus trabajos, no para aportar una lectura rigurosa o un contexto serio, sino para encajar una ficción ideológica donde todo lo que no se ajusta a su credo es sospechoso, autoritario o indigno.

Lo preocupante no es solo la mentira o la falta de ética profesional, sino la naturalidad con la que se reproduce este tipo de discurso en algunos medios y círculos académicos, como si se tratase de un dogma incuestionable. Y mientras tanto, quienes intentamos defender la memoria de nuestros seres queridos, sin altavoces ni padrinos ideológicos, somos ignorados, ridiculizados o silenciados.


Decía Juan Manuel, con humor amargo, que ya cualquier discrepancia te convierte en fascista. Yo añadiría que, en algunos casos, basta con haber vivido en otro tiempo, haber trabajado con rigor, y no pertenecer a la red clientelar del presente, para ser difamado como tal incluso después de muerto.