Mientras algunos presumen de conversar con la Historia, otros preferimos escuchar también los documentos, los hechos y el derecho. Esta es una respuesta necesaria a quienes insisten en repetir falsedades ideológicas sobre Antonio Luis Baena Tocón y en silenciar que su memoria ha sido difamada incluso después de muerto. Y todo, para blindar un relato que se cae por su propio peso… cuando se confronta con la verdad.

Cuando se conversa con la historia… pero se silencia la verdad
(Respuesta a la publicación del 27 de junio en Conversación sobre Historia)
En la entrada publicada el pasado 27 de junio por la web Conversación sobre Historia, bajo el título El pasado como futuro: conversar con la Historia. De fascismo, capitalismo y otros ismos, se ha vuelto a colar —sin contraste ni matices— la misma narrativa que el catedrático Juan Antonio Ríos Carratalá lleva años difundiendo con obstinación, ideología y desprecio por la verdad documental. Como suele suceder, cuando se conversa con la historia, el problema no es tanto hablar con el pasado… como hacerlo solo con una parte del mismo. O peor: con una parte interesada del presente.
Veamos, punto por punto, el relato y el contrarrelato:
1. “Alférez franquista”
La expresión no es inocente. ¿Qué alférez en España en 1939 no era parte del único ejército que existía? Mi padre, Antonio Luis Baena Tocón, fue muy perseguido tras el asesinato de su propio padre —de firmes convicciones republicanas—, asesinado por milicianos republicanos por motivos de fe y por negarse a participar en asesinatos de inocentes en la localidad donde vivía. Años después, al regresar del exilio, no tuvo más remedio que cumplir con el servicio militar obligatorio, como cualquier ciudadano varón de su generación. No lo hizo por convicción, ni por elección, sino por imposición legal. Llamarlo, ochenta años después, “alférez franquista” es una etiqueta burda, propagandística y tendenciosa. Un anacronismo con intenciones ideológicas.
2. El Consejo de Guerra que nunca existió
A pesar de que existen documentos judiciales firmes y fehacientes que acreditan que mi padre no formó parte de ningún Consejo de Guerra, la web Conversación sobre Historia vuelve a difundir lo contrario, al igual que lo hace el profesor Ríos Carratalá. El relato se sostiene gracias a un bulo historiográfico que ha sido desmontado documental y judicialmente. Que esta página lo ignore y lo repita demuestra no un descuido, sino una voluntad: la de proteger un engranaje ideológico que se viene abajo si se admite la verdad.
3. ¿Cuatro sentencias en contra? ¿De quién y sobre qué?
La mención a “cuatro sentencias en contra del demandante” (es decir, de mí) suena a recurso literario o a eco acrítico de otra voz. ¿A qué sentencias se refieren exactamente? No lo dicen. Tal vez porque no existen en los términos en que se sugieren. Lo que sí existe —y de lo que la página no informa— es una condena civil al Sr. Ríos Carratalá, en procedimiento ordinario de primera instancia, por vulnerar el derecho al honor de mi padre, Antonio Luis Baena Tocón. Eso, claro, no conviene decirlo. ¿A quién incomoda más la verdad: al que la exige… o al que la silencia?
4. ¿Insultos como agravante?
Según esta página, el verdadero problema no sería que se haya calumniado durante años a un fallecido —mi padre—, sin posibilidad de réplica, sino que yo, su hijo, me haya atrevido a protestar públicamente. Y protestar, al parecer, es insultar. ¿El ejemplo que se pone? Que llamé al profesor Ríos Carratalá “curioso personaje”. A eso lo llaman “difamación” y “agravante”. Mientras tanto, ellos pueden seguir llamando a mi padre “verdugo”, “cómplice de un crimen” o “alférez franquista”, entre otros muchos insultos a un muerto que no puede defenderse, y de paso insultar, desacreditar y hasta amenazar hasta la saciedad a su hijo por atreverse a alzar la voz, tal y como se ha documentado —con pruebas— ante el juzgado de instrucción. Ya lo dice el refrán: piensa el ladrón que todos son de su condición.
5. ¿Un peligroso precedente?
Lo peligroso, al parecer, no es manipular archivos, reescribir biografías desde el presente, ni señalar públicamente a ciudadanos fallecidos con etiquetas ideológicas propias de una película de propaganda. Lo peligroso es que alguien diga: “eso que usted afirma es falso, y puedo probarlo”. A eso lo llaman “impunidad del franquismo”. Pero no, señores: esto no va de franquismo, sino de verdad, rigor y justicia. Va de que la libertad de expresión no puede usarse como escudo para la difamación sistemática. ¿O es que el tribunal de la opinión pública vale más que los documentos y los jueces?
6. El franquismo como comodín
Yo jamás he hablado de “impunidad del franquismo”. Quien no para de hacerlo —como comodín ideológico, como martillo retórico, como camuflaje de una obsesión— es el entorno académico-mediático que lidera el Sr. Ríos Carratalá. Invocan el franquismo para todo, incluso cuando la realidad que desmonta su relato nada tiene que ver con ideologías, sino con hechos y pruebas. Y lo más paradójico es que todo lo hacen en nombre de la “memoria democrática”, aunque lo que practiquen sea una forma de revisionismo ideológico y difamatorio. Peligroso, sí, pero no por lo que ellos creen.

Epílogo (o prólogo para quien de verdad quiera “conversar con la historia”):
No está en juego el pasado, sino la honestidad intelectual en el presente. Lo que algunos presentan como “compromiso con la verdad” es, en realidad, una ficción ideológica que se derrumba al primer contacto con los documentos reales. A quienes pretenden silenciar esta verdad con etiquetas, juicios ideológicos o descalificaciones personales, les recuerdo que la historia no se hace a golpe de eslóganes, sino con pruebas.
Y que la verdad, aunque moleste, acaba encontrando su voz.
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