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Título original: Dos trabajos revisados
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Fecha: 23 de enero de 2021
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Tipo de alusión: Directa (menciona por nombre a Antonio Luis Baena Tocón en ambos textos enlazados).
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Estrategia discursiva de Ríos:
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Convertir opiniones y conjeturas en afirmaciones históricas.
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Vincular a mi padre con la represión franquista, presentándolo como colaborador activo y esencial.
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Repetir insinuaciones para fijarlas como “verdad” por reiteración.
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Introducir referencias ideológicas para enmarcar su figura de forma peyorativa.
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Puntos discutibles o falsos
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"Labor esencial" en la represión: No existe documento público que respalde esa función. Es una interpretación ideológica, no un hecho probado.
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Capacidad para agravar penas: Ríos omite que mi padre estaba cumpliendo servicio militar bajo órdenes superiores y no actuaba como militar profesional con iniciativa propia.
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Atribución de expresiones y valoraciones: Las frases entrecomilladas o los juicios subjetivos se presentan como si fueran declaraciones textuales de mi padre, sin prueba documental.
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Omisiones voluntarias: Pretende saber qué documentos revisó o dejó de revisar, como si hubiese estado presente en 1939.
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Descalificación profesional: Acusa de negligencia en informes, pero él mismo lleva casi una década repitiendo falsedades sin corregirlas.
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Jubilación "a las órdenes" de Julio Anguita: Un dato irrelevante en lo administrativo, usado para añadir carga ideológica.
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Formación académica: Aunque reconoce que terminó la licenciatura, insiste en que ejerció antes de obtener el título, obviando el contexto de la guerra y el exilio, así como el procedimiento administrativo habitual de títulos provisionales.
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Confusión deliberada sobre funciones: Afirma que fue secretario del Juzgado de Prensa, pero medios y él mismo han repetido hasta la saciedad que fue "secretario de un consejo de guerra", atribuyéndole funciones que no tenía, algo que es falso.
Réplica narrativa
Durante años, por consejo legal, opté por el silencio. Mientras tanto, Juan Antonio Ríos Carratalá ha aprovechado para instalar en el espacio público una versión parcial, sesgada y repetitiva de la historia de mi padre. Lo ha hecho con la habilidad de un trilero de las palabras: moviendo las piezas —y las frases— de forma que siempre salgan las cartas que le convienen. Ahora que puedo hablar, lo haré con la misma franqueza que él usa… pero con la diferencia de que yo no necesito inventar.
En esta entrada del 23 de enero de 2021, Ríos enlaza dos trabajos suyos en los que vuelve a señalar a mi padre, Antonio Luis Baena Tocón, como una pieza clave del engranaje represivo franquista. Lo presenta como alférez honorífico del cuerpo jurídico militar, bajo las órdenes del juez Manuel Martínez Gargallo, con "labor esencial" en el expurgo, vaciado y desaparición de prensa republicana en la Hemeroteca Municipal de Madrid.
Esa "labor esencial" ya la desmonté en mi blog (véase Lo que descubrí sobre mi abuelo… en el apartado "Ironía controlada, pero justa"). No hay un solo documento público que así lo indique. Es una deducción ideológica que Ríos vende como si fuera un acta notarial. Con el mismo método, podría escribirse cualquier cosa sobre cualquier persona de la época, siempre que se parta de la conclusión que se quiere imponer.
Asegura también que mi padre "añadía comentarios que podían agravar las penas, llegando incluso a contribuir a condenas de muerte". El problema es que, para que esto fuera cierto, tendría que demostrarse que un alférez en servicio militar, subordinado a un juez instructor, podía escribir lo que quisiera y que esas palabras tenían efecto directo en la condena. No existe tal prueba. Es otro de esos saltos de fe que Ríos convierte en historia.
Le atribuye expresiones ("violentísimos", "tenaz defensor de la causa marxista") y omisiones voluntarias ("no consultó el fondo del Heraldo") como si hubiera tenido acceso a su pensamiento. Parece que, además de catedrático, es médium: reconstruye lo que mi padre no dijo y hasta lo que, según él, decidió no hacer, todo gracias a su particular túnel del tiempo.
Luego está la descalificación personal: "tan precario e incompleto como el trabajo de un alumno acuciado por la fecha de entrega". Palabras mayores para quien lleva diez años repitiendo las mismas falsedades, sin corregir ni las más evidentes, y que encima añade más cada vez para apuntalar la anterior. Si ese es su concepto de "revisión", que se prepare cualquier estudiante al que le toque en un tribunal de tesis.
Incluso dedica líneas a decir que mi padre se jubiló "a las órdenes" de Julio Anguita, como si la fecha de retiro dependiera del alcalde de turno. El único objetivo es introducir un guiño ideológico: etiquetar. Le encanta poner etiquetas a los demás, pero qué cuidado tiene para que nadie se las ponga a él.
En el segundo texto, "Una nota a pie de página…", reconoce que mi padre terminó la licenciatura en Derecho (en un sitio que nadie ve, y con una difusión que no es la que ha hecho y sigue haciendo con sus publicaciones en 2025), pero insiste en que ejerció antes de obtener el título, omitiendo que la Universidad estuvo cerrada, sin funcionar durante la guerra, que mi padre estuvo exiliado y que al volver para hacer su servicio militar se le dio plazo para regularizar su documentación. El título provisional era el trámite normal antes del definitivo. Pero Ríos no se resiste a agarrarse a cualquier formalidad para repetir: "miren, ejercía sin título", aunque sepa que eso es falso en términos sustanciales.
Por último, repite la confusión que él mismo sembró: que fue "secretario del consejo de guerra" contra Miguel Hernández. En realidad, fue secretario del Juzgado de Prensa durante la fase de instrucción, y eso no es un matiz, es un cambio completo de función. En un juicio de 2024, ante esta falsedad, se justificó diciendo que lo decía "para que la gente lo entendiera". Traducido: simplifica, altera y adapta la verdad a lo que le conviene, porque considera que el público no está "a la altura" de su sabiduría.
La conclusión es clara: Ríos Carratalá actúa con un patrón fijo. Parte de un relato ideológico y rellena huecos con conjeturas presentadas como hechos. Si falta un documento, lo sustituye con una opinión; si los datos no encajan, los reescribe hasta que lo hagan. Y siempre con el mismo resultado: reforzar su narrativa de trinchera. Durante años, callé por prudencia legal; ahora hablo por obligación moral. La historia no puede quedar en manos de quien la retuerce para encajarla en su molde.
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