LA REPRESIÓN FRANQUISTA Y NOS VEMOS EN CHICOTE (II): RETINA SELECTIVA Y MEMORIA SESGADA

Publicado el 7 de octubre de 2025, 4:29

Título original de RC: El fusilamiento del maestro y poeta Jesús Menchén (1912-1939)
Fecha: viernes, 17 de enero de 2025
Enlace: https://varietesyrepublica.blogspot.com/2025/01/el-fusilamiento-del-maestro-y-poeta.html

 

Comentario crítico inicial

  1. La objetividad proclamada y la parcialidad practicada
    RC predica que el historiador debe mantener distancia, pero su práctica demuestra lo contrario: distancia con unas víctimas y militancia con otras.

  2. Retina encallecida… solo para un lado
    Confiesa la fatiga emocional tras leer centenares de sumarios militares franquistas, pero ignora la retina desgarrada de quienes revisan las atrocidades cometidas en la retaguardia republicana.

  3. El victimismo de parte
    Transforma su emoción personal en bandera académica, pero solo para un bando. Así fomenta un relato maniqueo: unos buenísimos y legales frente a otros malísimos y arbitrarios.

  4. El efecto social del sesgo
    Lo que publica un catedrático no se queda en el aula: su relato parcial alimenta a fanáticos que en medios y redes sociales se sienten legitimados para lanzar insultos y amenazas, reproduciendo el odio que él mismo selecciona y blanquea.

Réplica narrativa crítica: “Retina selectiva y memoria sesgada”

El 17 de enero de 2025, Ríos Carratalá publicó la entrada El fusilamiento del maestro y poeta Jesús Menchén. Allí volvió a presumir de haber leído centenares de sumarios militares franquistas, de haber forjado una “retina encallecida” y de emocionarse todavía ante los documentos de aquella represión.

Nadie discute la brutalidad de la represión franquista ni el derecho de sus víctimas a ser recordadas. Lo indignante es la asimetría con que maneja esa emoción académica. Porque mientras exhibe su sensibilidad hacia unas víctimas, despacha con silencio, relativización o simple olvido las atrocidades cometidas en la retaguardia republicana.

¿No merecen atención el martirio de miles de religiosos asesinados entre 1936 y 1939? ¿No cuentan los testimonios de sacerdotes, monjas y laicos fusilados, vejados o “paseados” sin juicio alguno? ¿No estremecen las matanzas de Paracuellos, con centenares de presos ejecutados sin proceso? ¿No desgarran, entre otras, las pruebas de las “checas” de Madrid y Barcelona, con torturas, saqueos y asesinatos sumarios? (A mí sí me produce estremecimiento todo ello en general, pero irremediablemente ver cuanto padeció mi familia, sin estar metidos en política… y, tras mis investigaciones, ahora conocer la realidad que vivieron y comprender muchas de sus actuaciones en vida).

Todo eso está documentado: en la Causa General, en estudios de Julius Ruiz sobre Madrid, en el clásico de Antonio Montero, en las síntesis de Paul Preston o Beevor, que reconocen la ferocidad de la violencia republicana. El problema no es la falta de fuentes: el problema es la voluntad selectiva de quien se presenta como objetivo.

Lo más grave es que ese sesgo no se queda en un simple debate académico: tiene consecuencias muy reales. Cuando un catedrático lanza la piedra de un relato parcial, pronto aparecen fanáticos que la recogen. Yo mismo lo he padecido. Ríos Carratalá presentó sus falsedades y manipulaciones sectarias como si fueran “documentos históricos”, y cuando señalé que no coincidían con la verdad de esos mismos documentos, él lo convirtió en una campaña contra mí, afirmando que yo pretendía “borrar documentos históricos” y “reescribir la historia”. Nada más lejos: lo único que hice fue protestar contra sus tergiversaciones. A raíz de esa maniobra y de su eco en algunos medios, he recibido insultos y amenazas en prensa y en redes, incluso con alusiones explícitas a repetir las mismas barbaridades que en su día cometieron los llamados “buenistas” republicanos, hechos que he tenido que denunciar ante los Tribunales de Justicia. Así funciona la coartada académica: legitima odios antiguos y reactiva trincheras que deberían haber quedado cerradas hace mucho.

Eso es lo que Ríos Carratalá nunca reconoce: que su “historia comprometida” no es inocua. Que al elegir qué víctimas merecen emoción y cuáles silencio, alimenta un sectarismo que prolonga el trauma y da munición a quienes sueñan con ejercer la revancha.

En definitiva: la represión franquista fue brutal, pero no convierte a la República en ejemplo de bondad legalista. El dolor no tiene dueño, ni ideología, ni bandera. Y con sesgos como los de Ríos Carratalá, en vez de educar para la reconciliación, se alimenta el guerracivilismo de trinchera que tanto daño ha hecho y hace a este país… y a familias como la mía, que ya sufrieron aquellas barbaridades en carne propia.