LO QUE DESCUBRÍ BUSCANDO LA VERDAD SOBRE MI PADRE: LA HISTORIA DE MI ABUELO ASESINADO EN 1936

Publicado el 9 de diciembre de 2025, 1:07

Y por qué esta historia desmonta cualquier relato simplista sobre bandos, culpables y ‘verdugos’ inventados

 

Ficha de entrada

  • Tema: relato documentado sobre Francisco Baena Jiménez, mi abuelo, abogado y secretario municipal de Torrelaguna (Madrid), asesinado por milicianos de la CNT/FAI el 7 de agosto de 1936 por defender, entre otros, a unas religiosas de clausura.

  • Objetivo:

    • mostrar que la historia familiar es profundamente antimaniquea,

    • explicar el trauma que marcó la vida de mi padre,

    • desmontar la idea de motivación represiva o ideológica,

    • evidenciar la brutal superficialidad del relato de Ríos Carratalá.

  • Material: testimonios familiares, documentos civiles, cartas, archivos, datos históricos del Ayuntamiento de Torrelaguna, referencias de memoria democrática y mis textos elaborados en agosto y septiembre.

Antes de que Ríos Carratalá escribiera su relato,
antes de que los medios repitieran sus palabras,
antes de que EFE convirtiera una suposición en titular,
existía una historia más profunda, dolorosa y documentada:
la historia de mi abuelo, Francisco Baena Jiménez,
asesinado en 1936 por defender a muchos inocentes
de los abusos de los autodenominados “demócratas” milicianos de la CNT/FAI e igualmente etiquetados como tales por catedráticos
en un momento de barbarie absoluta.

Ese crimen —sí, crimen—
no aparece en las páginas que escribió el catedrático.
No fue mencionado por EFE.
No lo citaron los medios que hablaron de mi padre.
Nadie lo tuvo en cuenta antes de señalar.

Pero está en los documentos,
en los archivos,
en los testimonios familiares,
en la memoria de quienes sobrevivieron.

Y es imposible comprender la vida de mi padre
sin comprender antes la muerte de su padre.

 

1. Torrelaguna, agosto de 1936: la violencia que no cabe en un relato simplista

Torrelaguna vivió, como tantos municipios de España,
la violencia desatada del verano del 36:
checas improvisadas,
abusos contra religiosas, religiosos y laicos,
saqueos,
ejecuciones extrajudiciales,
y listas negras elaboradas por grupos incontrolados.

Mi abuelo, abogado y secretario municipal,
fue asesinado por haber defendido a las monjas Carmelitas de la localidad,
a las que ayudó a huir proporcionándoles ropa seglar;
a D. Juan Ricote, capellán de las monjas de clausura, quien sí atendió su aviso y salvó la vida;

al párroco D. Fermín España Castillo y al coadjutor D. Alejandro Marco de San Facundo,
que no quisieron marcharse porque “no temían nada: no hacían mal a nadie, solo ayudaban a su feligresía”,
y que fueron asesinados días antes que él.

Todo esto consta en el Registro Civil de Torrelaguna,
tal y como lo dejó escrito el hermano menor de mi padre —así lo supe inicialmente tras preguntar entre mis primos—
y como después verifiqué personalmente tras hablar con un historiador local
y un sociólogo que conocían bien aquellos hechos y los tenían documentados....

Y, especialmente, fue asesinado por negarse a participar en un abuso:
la detención y entrega de las religiosas de clausura concepcionistas franciscanas de la localidad,
a las que pretendían saquear y acosar sexualmente
los milicianos armados de la CNT/FAI.

Mi abuelo se negó.
Las defendió.
Intentó sostener un mínimo de humanidad en el infierno.

La respuesta fue inmediata:
lo sacaron de casa —que también saquearon—,
lo golpearon,
lo humillaron,
lo pasearon como si fuera un trofeo,
y finalmente lo asesinaron en la misma capilla de las monjas de clausura a las que defendió,
dejando una viuda con cuatro hijos menores en absoluta indigencia y el hijo mayor sin poderse acercar a Torrelaguna porque pretendieron darle el mismo final que a mi abuelo (Solían asesinar padre con hijo, como hicieron con el colega de mi abuelo, el secretario de Patones y su hijo Pablo de 16 años....

Todo esto está documentado.
No es mito familiar.
No es interpretación.

Mis tíos, mis primos, mi padre, mis hermanos y yo mismo
crecimos viendo las lágrimas de mi abuela. Nunca lo superó.

Su asesinato fue reconocido incluso por el propio Estado en 2023,
al declarar a Francisco Baena Jiménez víctima de guerra
según la Ley de Memoria Democrática.


2. La persecución contra mi padre: un joven de 21 años, licenciado en Derecho, marcado por el exilio

Cuando mataron a mi abuelo,
mi padre tenía 21 años.
Había terminado su Licenciatura en Derecho en junio del 36 (aunque Ríos Carratalá no quiera reconocerlo).
Estaba empezando a preparar oposiciones en Madrid.

Y de repente:

  • su padre es asesinado;

  • la familia queda señalada como “enemiga”;

  • él mismo es perseguido, detenido y torturado;

  • acaba en una checa (Ríos Carratalá lo niega…);

  • ni siquiera lo salva un salvoconducto firmado por Luis Jiménez de Asúa,
    amigo y colega de mi abuelo, catedrático de la Facultad de Derecho,
    uno de los juristas más prestigiosos de la República.

Mi padre acudió a él desesperado, sin saber a quién más recurrir.
Los chequistas que lo detuvieron le dijeron, salvoconducto en mano:
“Reza: ese es más facha que tú.”

Esta conversación la escuché repetida en mi casa,
aunque mis mayores hablaban muy poco de la guerra.
El documento estuvo durante muchos años en casa y era conocido por mis primos.

  • se refugia en la Embajada de Chile;

  • huye a Francia (también lo niega Ríos Carratalá), donde lo pasa muy mal;

  • regresa tras la guerra, marcado emocional y físicamente.

Esa es la biografía real.
Ese es el contexto.
Eso es lo que un académico responsable habría considerado
antes de atribuirle el papel de “verdugo”. Es más fácil decir que fue una víctima franquista, como lleva una década publicando y así su relato sobre los funcionarios franquistas, tiene más credibilidad, aunque sea pura fantasía y ficción del ilustre catedrático…, pues en esa época mi padre no era funcionario, aunque Ríos le otorgara esa falsa distinción para construir su relato...

Pero la realidad era demasiado compleja
para los relatos que necesitan héroes y villanos prefabricados.


3. La llegada a la posguerra: servicio militar obligatorio, no vocación militar ni represiva

Cuando mi padre regresó,
no volvió como “represor” ni como “hombre duro”.
Volvió como un exiliado que había sido víctima de un bando —el suyo—
y ahora tenía que sobrevivir en el otro.

Aquí el relato de Ríos muestra su mayor crudeza:
convertir el dolor de una víctima en culpabilidad histórica.

Mi padre ingresó en Justicia Militar
porque era joven, licenciado en Derecho —no entraba cualquiera y sin formación, todos voluntarios para obtener favores, como afirma falsamente Ríos—
y estaba cumpliendo servicio militar obligatorio.

No tenía rango para decidir nada.
No condenó a nadie.
No formó parte de ningún consejo de guerra.
No pidió pena para Miguel Hernández ni para ningún otro.

Lo dice la sentencia de Alicante.
Lo dicen los archivos públicos.
Lo dice la documentación militar.


4. ¿Cómo ignoraron todo esto quienes difundieron el bulo?

Muy sencillo:
no buscaban historia, buscaban narrativa.

Los medios ignoraron deliberadamente:

  • el asesinato de mi abuelo por milicianos republicanos
    (nada de “víctima franquista”, como insinúa malintencionadamente Ríos);

  • el exilio de mi padre (que también niega Ríos);

  • la tortura previa (según Ríos, no estuvo en checas…);

  • el salvoconducto de Jiménez de Asúa;

  • la persecución sufrida;

  • su papel estrictamente administrativo sin intervención judicial
    (manipulado y tergiversado por Ríos);

  • los documentos que prueban su inocencia.

Todo lo que contradecía el relato se lavó.
Todo lo que encajaba en el estereotipo de “represor franquista” se amplificó.


5. La gran paradoja moral: señalar como verdugo al hijo de una víctima

El relato de Ríos (“teatrólogo”, autodefinido así por él mismo) logra una perversión histórica en dos actos:

Acto 1:
El padre (mi abuelo) es asesinado por milicias extremistas en 1936,
a las que cierto catedrático se permite llamar “democráticas”.

Acto 2:
Décadas después, ese mismo catedrático presenta al hijo
como miembro ejemplar de la represión.

La víctima se convierte en verdugo.
El perseguido, en perseguidor.
El joven exiliado, en “duro”.

Y todo ello:
sin consultar archivos, o manipulándolos,
sin pedir documentos,
sin hablar con la familia —mintiendo al sugerir que lo hizo—,
y sin el menor respeto por la verdad.


6. Conclusión: la historia familiar real desarma el bulo

Cuando se coloca en contexto la vida de mi padre,
cuando se comprende la tragedia de mi abuelo,
cuando se leen los archivos completos y sin sectarismo,
cuando se consulta el expediente en vez de inventarlo,
cuando se escucha la sentencia 311/2021,
cuando se analiza la documentación…

El bulo cae por su propio peso.

Porque la verdad no encaja con el relato inventado.
La historia de mi familia demuestra algo esencial:

No hubo “verdugos”.
Hubo víctimas de todas las violencias.

Y entre ellas estaba mi abuelo.
Y entre ellas estuvo mi padre.