Las armas contra las letras frente a la crítica (I)
Cuando el rigor se invoca y se suspende.
Introducción
Cuando un libro entra en el espacio público, lo hace —o debería hacerlo— como una propuesta abierta al contraste. Esto es especialmente exigible en el ámbito universitario, donde la discrepancia no solo es legítima, sino constitutiva del propio método. Sin embargo, no siempre ocurre así. En ocasiones, el debate se desplaza de forma casi imperceptible: de la discusión historiográfica al alineamiento reputacional, del contraste de fuentes a la construcción de consenso.
Las entradas publicadas por Juan Antonio Ríos Carratalá entre enero y marzo de 2024 en su blog Varietés y República, con motivo de la aparición del primer volumen de Las armas contra las letras, ofrecen un material especialmente revelador para observar ese desplazamiento. Sobre todo cuando entra en escena la crítica formulada por Andrés Trapiello.
Esta primera entrega analiza cómo se plantea ese debate, cómo se acepta formalmente… y cómo se va estrechando en la práctica.
1. El libro como punto de llegada, no de partida
(Entrada del 21 de enero de 2024)
Enlace:
https://varietesyrepublica.blogspot.com/2024/01/las-armas-contra-las-letras-en-prensa-y.html
La entrada titulada Las armas contra las letras en prensa y radio funciona como un texto-escaparate. No es una reflexión sobre hipótesis, límites o preguntas abiertas, sino una enumeración minuciosa de avaladores mediáticos: entrevistas, reseñas, artículos, radios, prensa generalista y especializada, presentaciones institucionales.
El mensaje implícito es claro:
el libro ya no se presenta como una propuesta en discusión, sino como una obra validada por acumulación de apoyos.
No se trata únicamente de informar sobre su difusión —algo legítimo—, sino de construir un marco previo ante cualquier crítica posible. El ensayo aparece rodeado de periodistas “comprometidos con la memoria histórica”, reseñistas “de altura” y medios diversos que transmiten la impresión de un consenso ya en marcha.
En ese contexto aparece Andrés Trapiello. No como un interlocutor académico más, sino como la discrepancia prevista:
“me ha dado la previsible réplica”.
La réplica se acepta “encantado”, pero no sin deslizar una insinuación personal —“por todo lo que me han transmitido quienes le conocen”— que no aporta argumento alguno y sí introduce un elemento de descrédito lateral. El debate queda así anunciado… pero ya condicionado.
2. El rigor invocado… y relativizado
(Entrada del 9 de febrero de 2024)
Enlace:
https://varietesyrepublica.blogspot.com/2024/02/andres-trapiello-y-las-armas-contra-las.html
En la entrada Andrés Trapiello y Las armas contra las letras, publicada el 9 de febrero de 2024, Juan Antonio Ríos Carratalá entra de lleno en la respuesta al artículo aparecido en El Mundo. El tono es formal y aparentemente dialogante. Se reivindica el rigor metodológico, se distingue entre microhistoria y síntesis, se rechaza la acusación de “fabulación” y se proclama la disposición a un debate público en el ámbito universitario.
Sin embargo, el texto introduce una afirmación que merece ser leída con atención:
“Nunca escribo un texto en quince minutos, pero la premura por contestar a veces nos lleva a la falta de rigor”.
La frase se presenta como una disculpa menor, casi circunstancial. Pero en realidad reconoce algo esencial: la falta de rigor existe, puede aparecer cuando hay prisa, cuando se responde sin contraste suficiente, cuando se prioriza la inmediatez. A continuación, el propio autor promete que ese rigor sí está garantizado… en sus libros, fruto de “muchas revisiones”.
Aquí surge una cuestión metodológica de primer orden:
¿qué ocurre cuando ese mismo autor ha aplicado durante años juicios categóricos sobre una persona concreta, con nombre y apellidos, fuera del marco del “debate apresurado”, y esos juicios se han mantenido e incluso fijado en libros?
Fuente: RÍOS CARRATALÁ. Nos vemos en Chicote, pág. 168
En la página 168 de Nos vemos en Chicote, Juan Antonio Ríos Carratalá escribe textualmente:
“El informe del funcionario Baena Tocón era tan precario e incompleto como el trabajo de un alumno acuciado por la fecha de entrega, pero bastó para pedir una condena a muerte…”
Esa afirmación concentra varias falsedades graves:
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Antonio Luis Baena Tocón no era funcionario en el momento al que se alude. Estaba realizando el servicio militar obligatorio, circunstancia documentada. La condición de funcionario es una atribución falsa que resulta funcional al relato, pero no a la verdad histórica.
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Baena Tocón no podía elaborar informes a título personal, ni mucho menos “pedir condenas de muerte”. No tenía capacidad decisoria, ni jerarquía, ni competencia alguna para ello. Sugerir lo contrario no es una interpretación discutible, sino una distorsión de la realidad administrativa y militar.
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Esa atribución falsa no es inocua. Sobre ella se han construido informes administrativos, resoluciones judiciales, decisiones de la Agencia Española de Protección de Datos y numerosas publicaciones mediáticas, todas ellas basadas en una premisa errónea repetida como si fuera un hecho probado.
Resulta difícil no advertir la contradicción: el mismo autor que reconoce la “premura” como causa de falta de rigor cuando responde a un artículo periodístico, ha mantenido durante más de una década una afirmación falsa sobre una persona concreta, sin corregirla (entre otras), a pesar de haber sido advertido documentalmente de su error.
La cuestión, por tanto, no es personal, sino metodológica:
revisar muchas veces una falsedad no la convierte en rigor.
La convierte, simplemente, en una falsedad consolidada.
3. Del argumento al detalle: cuando el error del otro se convierte en sesgo
(Entrada del 10 de febrero de 2024)
Enlace:
https://varietesyrepublica.blogspot.com/2024/02/los-tiros-fueron-al-blanco.html
En Los tiros fueron al blanco, no de gracia, el debate se desplaza nuevamente. Ya no se discuten hipótesis ni marcos interpretativos, sino un error nominal: la mención de Tiros de gracia en lugar de Tiros al blanco en un artículo de Trapiello.
El error existe y el propio autor reconoce que sería disculpable. Sin embargo, el texto no se limita a señalarlo: lo convierte en síntoma de prejuicio, en prueba de una supuesta actitud injusta hacia José Luis Salado.
El fallo puntual pasa así a funcionar como invalidación moral del crítico. El argumento deja de ser “esto es incorrecto” para convertirse en “esto revela quién eres”. Se construye una jerarquía implícita: quien se equivoca en un detalle pierde autoridad para cuestionar el conjunto.
El recurso es eficaz retóricamente, pero problemático desde el punto de vista historiográfico. Porque si un error nominal basta para deslegitimar una crítica, la pregunta es inevitable:
¿qué ocurre cuando los errores —o las interpretaciones forzadas— afectan a personas reales que no pueden defenderse y se mantienen durante años sin rectificación?
Cierre provisional
Las tres primeras entradas configuran una secuencia reconocible:
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Presentación del libro rodeado de avales.
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Aceptación formal del debate, con límites bien definidos.
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Desplazamiento hacia la descalificación indirecta del discrepante.
El debate no se prohíbe, pero se condiciona.
La discrepancia no se niega, pero se jerarquiza.
El foco se desplaza progresivamente de los documentos a las posiciones, de los argumentos a los “sitios” que cada cual ocupa.
En la siguiente entrega ( II ) veremos cómo este proceso se completa:
cuando el libro deja de ser una investigación para convertirse en bandera, escenario y coro.
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