DOBLES VARAS DE MEDIR

Publicado el 16 de diciembre de 2025, 0:34

(COMPARECENCIA 15/12/25 SÁNCHEZ VS. MÉTODO R.C.)

Breve tratado sobre la inocencia propia y la culpa ajena

 

Hay comparecencias políticas que no buscan explicar la realidad, sino reordenarla. No informan: reafirman al orador. No aclaran hechos: sellan un relato. La del presidente del Gobierno en el día de hoy pertenece claramente a ese género.

 

No fue una rendición de cuentas. Fue, más bien, una demostración de que, cuando uno se considera moralmente situado en el lado correcto, ya no necesita responder demasiado.

1. Una buena noticia como certificado de virtud

El anuncio del abono de transporte público fue presentado como prueba concluyente de compromiso social. Una medida concreta, visible, fácilmente defendible y, sobre todo, oportuna.

Que beneficie directamente a una minoría concreta de la población y se financie con recursos de todos es un detalle menor. Lo importante no es el alcance real de la medida, sino su utilidad simbólica: funciona como salvoconducto moral.

Porque cuando se exhibe una buena acción, ya no hace falta detenerse demasiado en las preguntas incómodas.


2. El adversario omnipresente

Buena parte de la comparecencia giró en torno a la derecha y la extrema derecha. Estaban en todas partes: como causa, como amenaza, como explicación universal.

Es un recurso eficaz. Cuando algo falla dentro, se señala fuera.
Cuando hay dudas concretas, se responde con etiquetas generales.

Así, la crítica deja de ser una pregunta legítima y pasa a ser sospecha ideológica. No importa el contenido; importa quién la formula.


3. Ética declarativa y responsabilidades diferidas

Corrupción y acoso sexual fueron mencionados con un vocabulario tranquilizador: contundencia, tolerancia cero, ejemplaridad. Palabras firmes, tono seguro, asunto cerrado.

Lo que no apareció fue lo verdaderamente incómodo:

  • cómo llegaron esas personas a sus puestos,

  • quién miró hacia otro lado,

  • qué mecanismos fallaron antes de que estallara el problema.

La ética se proclama, pero la autocrítica se aplaza indefinidamente.


4. El extraño problema de que otros hablen

Resultó revelador el malestar ante las palabras de representantes de la Iglesia, como monseñor Argüello. No tanto por lo dicho, sino por el hecho mismo de que se diga.

La pluralidad es un valor muy apreciado… siempre que no altere el marco.
Cuando una voz externa opina sin permiso del relato dominante, deja de ser interlocutora y pasa a ser molestia.

Hablar es un derecho. Interpelar al poder, al parecer, no tanto.


5. Un método que no me resulta ajeno

Todo esto me resulta familiar. No por afinidad política, sino por experiencia personal.

Durante años he visto cómo un catedrático universitario, Juan Antonio Ríos Carratalá, ha utilizado un método sorprendentemente similar respecto a mi padre:

  • afirmaciones falsas elevadas a verdad oficial,

  • silencio ante la rectificación,

  • ataque al crítico para blindar la autoridad,

  • superioridad moral como sustituto del rigor,

  • victimismo cuando se exige responsabilidad.

No hablo de ideologías. Hablo de procedimientos.


6. La doble vara en funcionamiento

El patrón es claro:

  • se exige transparencia, pero se evita el error propio;

  • se invoca la memoria, pero se selecciona según convenga;

  • se proclama el feminismo, pero se relativiza el daño interno;

  • se defiende la verdad… siempre que no obligue a rectificar.

Y quien señala la incoherencia pasa automáticamente a ocupar el lugar del problema.


7. Epílogo sin épica

No es una cuestión de izquierdas o derechas.
Es una cuestión de poder sin corrección.

Cuando el relato sustituye a los hechos, la verdad estorba.
Cuando la autoridad se considera moralmente a salvo, la injusticia se normaliza.
Y cuando eso ocurre, da igual si el cargo es presidente del Gobierno o catedrático universitario: la doble vara ya está en uso y nadie parece dispuesto a soltarla.


Nota final

No se trata de convencer. Basta con recordar algo elemental: la ética no se demuestra hablando bien, sino respondiendo cuando uno se equivoca.