Fue concejal en tiempos de Franco y también durante la transición. Secretario general del PSOE de Córdoba. Un hombre riguroso, honrado, incómodo para muchos... y respetado por mi padre, a pesar de las diferencias. Hoy su memoria contrasta con la manipulación interesada de quienes, como el catedrático Ríos Carratalá, intentan convertir la historia en una trinchera ideológica a costa del honor de los muertos.

La honestidad no prescribe
D. Rafael González Barbero no era un político al uso. Fue concejal en el Ayuntamiento de Córdoba durante el franquismo y también en los inicios de la democracia. Ocupó la secretaría general del PSOE cordobés en un tiempo en que militar en ese partido exigía compromiso, no oportunismo. Su forma de entender la gestión pública se basaba en la vigilancia, el control y el respeto por lo que era de todos. ¿Exagerado? Tal vez. Pero pedía facturas hasta por las gomas de borrar del Ayuntamiento. Y eso, hoy, casi suena a ciencia ficción.
Con mi padre, Antonio Luis Baena Tocón, tuvo lo que el catedrático Juan Antonio Ríos Carratalá llamaría alegremente "altercados". Pero no eran tales. Cada uno cumplía con su función: uno pedía cuentas, el otro rendía cuentas. Sin teatros. Sin zancadillas. Sin la teatralización moral que tanto gusta al citado catedrático. Curioso personaje, D. Rafael. Y lo digo sin ánimo peyorativo. Pero ya se sabe cómo funciona esto con Ríos Carratalá: todo lo que no encaje en su relato se interpreta como un agravio. Lo de “curioso personaje”, sin ir más lejos, llegó a considerarlo insulto —así lo dejó caer incluso en el procedimiento civil. Ridículo, pero revelador.
Un respeto forjado entre diferencias
Vivíamos cerca. Tuve amistad con su hija Pilar y con su novio, Francisco Rumbao, Paco, probablemente su esposo en años posteriores. Paco fue profesor mío de Química y amigo en mi adolescencia. Gracias a él llegué a considerar seriamente dedicarme a esa ciencia. Supe hace varios años, con pesar, que había sido médico del Hospital Reina Sofía y que había fallecido. Intenté localizarlo, precisamente porque conservaba el aprecio que sentía por él… y porque él respetaba profundamente a mi padre. Quería saber qué opinaba de las declaraciones del catedrático, como también he hecho con otras personas de Córdoba que conocieron bien a mi padre, incluso con personal que aún trabaja en el Ayuntamiento.
D. Rafael tenía también un taller de platería, algo muy propio de Córdoba en aquella época. Y como platero o como político, mantenía su pulso firme. Con el tiempo, su relación con mi padre fue mejorando, hasta el punto de proponerle —cuando mi padre ya se acercaba a la jubilación— que fuera su albacea testamentario. Le consideraba la persona más honrada que conocía. Mi padre declinó la propuesta, como era su costumbre, y le aconsejó que recurriera a alguien de su entorno familiar, empresarial o político más próximo. Así se cerró un gesto de confianza que hoy tendría más valor que muchas medallas.
Cuando los valores se vuelven “sospechosos”
Si D. Rafael levantara la cabeza, no sé qué pensaría del PSOE actual: colocaciones a dedo, asesores, despilfarros y malversaciones, mordidas, intereses cruzados. Él, que revisaba hasta las comas de los justificantes, se quedaría perplejo. Aunque quizá no tanto. Al fin y al cabo, sabía perfectamente con quién trataba. Como aquel viejo conocido, Baena Tocón, —al que Ríos Carratalá etiquetaría como “franquista”— que me aconsejaba votar socialista. ¿Contradicción? No. Coherencia moral.
Recuerdo una visita a su hermana María Pepa. Me llevaba de la mano siendo un niño cuando ella, entre risas, le preguntó: —¿Cómo te va con los comunistas? Y él, sin pestañear: —Mejor que con los otros.
Ni comunista, ni del otro bando. Solo alguien que sabía reconocer la honradez en el adversario y la mediocridad en el supuesto aliado. Quizá por eso lo respetaban los suyos… y los otros también.
El rigor según Carratalá (o la bronca imaginaria)
En la página 155 de Nos vemos en Chicote, uno de los libros donde Ríos Carratalá vierte sus ocurrencias disfrazadas de investigación, afirma que:
“otros munícipes también recuerdan alguna bronca de quien carecía de antecedentes en materia de negociación o flexibilidad”.
¿Quiénes son esos munícipes? ¿Dónde están sus nombres? ¿Cuál es la fuente? Porque si lo que hace es lo mismo que en frases anteriores como “todos en el Ayuntamiento cordobés sabían de su franquismo” o “ningún demócrata conocía la etapa del interventor en el Juzgado Especial de Prensa”, entonces la cosa cambia. Eso no es documentación: es propaganda con pretensiones de tesis.
Mi padre no tuvo “broncas” con nadie. Si alguien se sintió contrariado, fue porque no pudo gastar el dinero público como si fuera propio. Me consta: un primo mío, hijo de Gertrudis, hermana de mi padre, fue a una boda en La Rioja y allí coincidió con un concejal que se quejaba del interventor porque no les dejaba hacer lo que querían. Mi primo le contestó sin rodeos: —Es que el dinero es público, y no se puede coger al tuntún, saltándose presupuestos, plenos, ni normativas. Ni siquiera para robar.
¿“Etapa del interventor en el Juzgado”? No, señor. Mi padre no fue interventor en esa época: estaba cumpliendo el servicio militar obligatorio. Qué manera de retorcer el lenguaje para alimentar un relato fanático y tendencioso. ¿No sería más riguroso —si le interesa el rigor— hablar de la etapa de Baena Tocón durante su servicio militar?
La flexibilidad la determinan las leyes. Y la democracia, señor Carratalá, no se basa en reescribir vidas ajenas para salvar relatos propios.
Conclusión:
La historia no se honra difamando a los muertos. Ni premiando a los que falsifican.
El catedrático Ríos Carratalá no conoció a mi padre. Ni a D. Rafael. Y sin embargo, se permite hablar de ellos desde la impunidad de quien se refugia en el prestigio universitario para emitir juicios que ni son justos, ni son académicos, ni son veraces. Pero aquí estamos algunos para recordar que hubo una Córdoba donde la honradez no se investigaba, se reconocía. Donde no hacía falta falsear el pasado para construir el futuro.
Y que hubo políticos, como González Barbero y Baena Tocón, que pensaban diferente, pero actuaban con decencia. Por eso molesta tanto su memoria.
Crea tu propia página web con Webador