Los silencios... y los ruidos de R.C. sobre José M.ª Alfaro

Publicado el 21 de septiembre de 2025, 23:01

El 18 de septiembre de 2025, Juan Antonio Ríos Carratalá publicó en su blog Varietés y República la entrada titulada “Los silencios de José M.ª Alfaro” (enlace aquí).

Nada más leer el título, uno ya puede adivinar el tono: la palabra silencios no es una categoría descriptiva, sino un sello ideológico. Como si cada biografía tuviera que venir acompañada de un cartel con los rótulos que al catedrático le resultan aceptables. En ese juego de etiquetas, recuerda inevitablemente a lo que se hacía en otros tiempos: marcar a las personas con símbolos ajenos a su voluntad. Los nazis usaban la estrella de David; algunos autodenominados “demócratas” de hoy parecen ansiosos por colocar su propia simbología moral para decidir quién entra en su canon y quién merece la hoguera académica.

Hasta aquí, el tono de siempre. Pero vayamos a lo que interesa: el contenido.

 

 

La deducción convertida en dogma

Ríos Carratalá presenta en esta entrada un hallazgo supuestamente revelador:

  • Que el comandante Pablo Alfaro Alfaro presidió el tribunal que condenó a muerte a Miguel Hernández (dato conocido).

  • Que consultó una esquela en ABC (27 de marzo de 1966, p. 138), de donde “dedujo” que dicho militar era padre del poeta falangista José María Alfaro Polanco (1905–1994).

  • Que esa deducción ahora le parece confirmada por un sumario de 1937 donde José María Alfaro aparece como “hijo de Pablo”.

Y, a partir de ahí, despliega toda una narración que conecta trayectorias, silencios, contradicciones y biografías.

Hasta aquí todo sería correcto… salvo por un detalle: el rigor. O mejor dicho, la falta de él.

La deducción convertida en dogma

Ríos Carratalá presenta en esta entrada un hallazgo supuestamente revelador:

  • Que el comandante Pablo Alfaro Alfaro presidió el tribunal que condenó a muerte a Miguel Hernández (dato conocido).

  • Que consultó una esquela en ABC (27 de marzo de 1966, p. 138), de donde “dedujo” que dicho militar era padre del poeta falangista José María Alfaro Polanco (1905–1994).

  • Que esa deducción ahora le parece confirmada por un sumario de 1937 donde José María Alfaro aparece como “hijo de Pablo”.

Y, a partir de ahí, despliega toda una narración que conecta trayectorias, silencios, contradicciones y biografías.

Hasta aquí todo sería correcto… salvo por un detalle: el rigor. O mejor dicho, la falta de él.

¿Padre e hijo de la misma edad?

Revisemos los datos:

  • José María Alfaro Polanco nació en 1905 (o 1906) y murió en 1994. Está documentado: fue diplomático, escritor, periodista, falangista y, más tarde, colaborador en prensa. (Wikipedia)

  • Pablo Alfaro Alfaro, comandante, presidió el consejo de guerra de Miguel Hernández en 1940. Que muriera en 1966 es lo que afirma la esquela citada por Ríos, aunque no hemos podido localizarla en la hemeroteca digital de ABC.

Ahora bien, aquí viene la joya: según el relato de Ríos, el padre (Pablo) y el hijo (José María) parecen tener casi la misma edad. ¡Magia pura! Una cronología que ni la física cuántica podría explicar.

Y, por si fuera poco, todo ello se presenta como si fuera un hallazgo “riguroso”. En lugar de matizar, R.C. lo da por hecho: deducido = probado. Y así construye su relato.

El método Carratalá: suponer primero, corregir nunca

Esto no sería grave si se tratara de una nota al pie o de una hipótesis en voz baja. El problema es que Ríos convierte sus deducciones en certezas. Exactamente lo mismo que hizo con mi padre, Antonio Luis Baena Tocón: transformar lo que no pasa de ser una suposición forzada en un hecho con categoría de dogma, amplificado después en entrevistas, artículos y conferencias.

Cuando se le señala el error, la respuesta no es rectificar, sino avanzar más en la misma dirección. La huida hacia adelante. Lo importante no es la verdad documental, sino la construcción ideológica.


Wikipedia como palabra revelada

Para dar empaque a su relato, Ríos suele recurrir a Wikipedia como si fuera palabra de Dios. Y es curioso: en el caso de mi padre, llegó a utilizar la Wikipedia como fuente de autoridad, aun sabiendo que la entrada había sido escrita y manipulada desde 2019 por un militante de Podemos, declarado en rebeldía procesal en el juicio de octubre de 2024. Esa entrada recogía falsedades palmarias, basadas en textos del propio R.C., que han ido modificándose a placer según convenía a la narrativa.

Lo más llamativo es que, a pesar de ser consciente de esas manipulaciones, R.C. nunca ha corregido ni desmentido nada. ¿Por qué? Muy simple: porque le importa más su narcisismo y egocentrismo que la verdad histórica. En lugar de velar por el rigor, se beneficia de esas falsedades, porque encajan con el personaje que ha construido. Y mientras tanto, la Wikipedia sigue difundiendo errores como si fueran verdades universales.


¿Silencios o etiquetas?

El título mismo de la entrada —Los silencios de José M.ª Alfaro— es ya toda una declaración. Como si cada persona estuviera obligada a contar su vida según los cánones ideológicos de R.C. Lo que no encaja en esa narrativa se convierte en “silencio culpable”. Una lógica que recuerda demasiado a los totalitarismos: quien no dice lo que yo quiero, es sospechoso.

¿Acaso la vida de José M.ª Alfaro —como la de tantos otros— no puede ser compleja, contradictoria, llena de giros propios de la época? No: para R.C., solo vale si entra en su guion de vencedores y vencidos, de culpables eternos y héroes inmaculados.


El elogio interesado y el corporativismo

Para dar empaque, Ríos adereza el artículo con alabanzas a otros historiadores —como Carlos Piriz, de la Universidad de Cádiz—, curiosamente algunos de los que luego firmaron apoyos corporativos incondicionales en su favor (del que daremos cuenta en otro momento) en el juicio civil que tuvo que afrontar en octubre de 2024. Todo queda en casa. Y así se construye un relato donde la investigación crítica se confunde con la propaganda académica.


Conclusión: ruido, no silencio

Después de leer el artículo de R.C., uno no sabe si reír o llorar. Se nos presenta como un gran hallazgo lo que no pasa de ser una conjetura mal hilada. Se convierten deducciones en certezas, se adornan con citas sueltas, y se empaqueta todo bajo un título que ya viene cargado de sectarismo.

El resultado no son “los silencios de José M.ª Alfaro”, sino los ruidos de Juan Antonio Ríos Carratalá: ruido ideológico, ruido académico y ruido mediático.
Y lo peor es que esos ruidos —igual que en mi caso personal y el de mi padre— se transforman en relatos que luego se repiten en prensa, en aulas y en congresos, sin contraste, sin matices y sin rectificación.


Referencias consultadas

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