Fraude persistente y blanqueo académico: la huida hacia adelante de Ríos Carratalá

Un amigo y antiguo compañero de instituto, Licenciado en Historia, que conoció bien a mi padre y sigue con interés las falsedades que se han vertido sobre él en los últimos años, me llamó indignado tras comprar Perder la guerra y la historia, del catedrático de Literatura Española de la Universidad de Alicante, Juan Antonio Ríos Carratalá. Más allá de sus impresiones generales sobre el libro —que ahora no vienen al caso—, lo que le enfadó de veras fue comprobar que, en el capítulo dedicado al represaliado Joaquín Dicenta Alonso, no aparecía el nombre de mi padre en absoluto. Su tono era casi de reproche, como si yo le hubiera hecho perder el tiempo.
Le contesté con ironía: que probara a devolver esa joya de la “investigación histórica”, sin duda celebrada por su coro de palmeros ideológicos. Él lo había comprado porque en la primera edición de Nos vemos en Chicote (2015), en la página 192, se afirmaba que Dicenta pasó “por las manos de mi padre”, como otras personas. Le recordé que en la reedición de 2019 se repite exactamente lo mismo. Y que en la reciente tercera edición también. Es decir: una falsedad más mantenida durante una década sin rectificación, lo que denota no un simple error, sino un fraude historiográfico sostenido y con mala intención. ¿Rigor académico? Mejor llamarlo mala praxis deliberada.
El propio Ríos Carratalá ha promocionado repetidamente Perder la guerra y la historia. En su página web anunció el 6 de mayo de 2025 una presentación en la Universidad de Alicante. En dicha publicación celebraba el acto como el colofón de “muchos meses de trabajo solitario” y agradecía la presencia de amigos y colegas. Aprovechaba además para anticipar el tercer volumen de su trilogía, titulado La colmena —un alarde de originalidad—, que según él estaba en proceso de revisión antes de entregarse a la editorial. Allí mismo anunciaba, según el índice, que incluirá un capítulo sobre mi padre. Otro más. Debe de pensar que aún no ha falseado lo suficiente.
Tendremos que esperar a la publicación para comprobar si, como es previsible, no rectifica, sino que remacha y blanquea sus anteriores invenciones. No en vano, ya declaró en una entrada de su blog —que conservo— que su énfasis en la figura de Baena Tocón se debía a que “su hijo” (es decir, yo) había puesto en entredicho su “rigor académico”. Una confesión que retrata su concepto de objetividad histórica: responde a las críticas no con documentación seria, sino con más difamación.
En esa misma publicación del 6 de mayo, como en tantas otras, vuelve a alardear de los apoyos recibidos. Dice que “los intentos de censura en democracia están abocados al fracaso si el destinatario cuenta con los debidos apoyos y se mantiene firme en su labor como catedrático”. Así justifica, una vez más, su victimismo de manual. Se presenta como perseguido por ejercer su libertad de cátedra, cuando en realidad lo que se le ha cuestionado —y judicialmente condenado— es su falta de rigor y el daño causado a personas que ya no pueden defenderse.
El 22 de mayo, volvió a presentar Perder la guerra y la historia en San Vicente del Raspeig. Allí afirmó que “el historiador debe salir de las aulas universitarias para divulgar sus trabajos y colaborar con iniciativas ciudadanas que favorezcan el conocimiento de la historia”. Nada que objetar, creo que debe ser así… si esos trabajos fueran verdaderamente rigurosos y no se prestaran al bulo, al falseamiento interesado de vidas ajenas y a la manipulación sectaria de documentos históricos.

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